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Enfoque en ALC: Los que navegan por el Caribe deberían ser barcos pesqueros, no buques de guerra

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Dic 26, 2025

Por Rubén E. Lovera CARACAS, 22 dic (Xinhua) — En los últimos meses, mi patria, Venezuela, se ha convertido en uno de los focos de la atención internacional. Bajo el pretexto de «combatir a los cárteles de la droga latinoamericanos», Estados Unidos ha llevado a cabo una serie de operaciones contra el narcotráfico en aguas del Caribe y del Pacífico oriental. Sin embargo, a la vista de todo el pueblo venezolano, esta serie de maniobras denominada «Operación Lanza del Sur» ha revelado hace tiempo su naturaleza perversa: una gravísima amenaza militar estadounidense contra la paz de la región. Al escribir «la paz de la región», me doy cuenta de que, en esta ocasión, esta frase común que ha sido escrita cientos de veces en mi trabajo como redactor de noticias no se trata solamente de una frase: ahora existe la posibilidad real, material, concreta y física de que el azul de nuestros cielos se vea opacado por una guerra imperialista. El despliegue de los buques de guerra estadounidenses por aguas caribeñas cercanas a Venezuela, y luego por aguas del Pacífico cercanas a Colombia, terminó convirtiéndose en una campaña de fuerza que hasta ahora se ha cobrado la vida de 104 personas a bordo de las embarcaciones y ha destruido 29 lanchas. Washington insiste en que la operación se trata de una medida contra el narcotráfico, pero aún no ha presentado una sola prueba que demuestre que esas lanchas y sus ocupantes estaban relacionados con el tráfico de drogas. Solo se ven los desgarradores testimonios de los familiares de las víctimas en los medios de comunicación. No obstante, esta «operación antidrogas», en sí misma llena de dudas, revela, a través de las coordenadas en los mapas del Comando Sur, que se acercan cada vez más a nuestras costas, lo que deja un mensaje muy extraño: el país norteamericano sospechosamente no ataca a los numerosos laboratorios clandestinos y carteles de la droga que operan en su propio territorio, tampoco a grandes magnates con capitales ligados a este negocio ilícito. En su lugar, ha desplegado el portaaviones más grande y avanzado del mundo, el USS Gerald R. Ford, con más de 4.000 marinos a bordo, en aguas caribeñas. Dicen que es parte de un ejercicio naval, pero en este actual clima de tensión, todos sabemos lo que significan los supuestos «ejercicios». El presidente estadounidense habla constantemente de la lucha contra el narcotráfico. Sin embargo, el enemigo que dibuja día tras día parece un objetivo «fabricado»: un país que no trafica drogas, pero que posee las mayores reservas de petróleo del mundo, ese país es Venezuela. Los estadounidenses saben perfectamente que Venezuela no es un país principal productor o transitario de drogas en América Latina, pero aun así apuntan su «lanza» contra mi patria en nombre de la «lucha antidrogas». Los venezolanos lo sabemos muy bien, tenemos muy claro que el verdadero objetivo de Estados Unidos es nuestro petróleo. A pesar de que en nuestras calles la gente sigue con la risa a flor de piel y con el foco puesto en el trabajo diario, con las cada día más frecuentes e intensas acciones por parte de Estados Unidos la preocupación enterrada en lo más profundo de nuestros corazones también crece. Hace apenas unas semanas, las fuerzas estadounidenses se incautaron de un buque petrolero en aguas cercanas a Venezuela, algo sin precedentes desde el inicio de su llamada «Operación Lanza del Sur». Los millones de barriles de crudo a bordo son activos venezolanos, pero el país norteamericano forzó al buque a dirigirse hacia Houston. Si esto no es un acto de piratería, entonces ¿qué lo es? Esto no es un caso aislado. Donald Trump ha designado unilateralmente al Gobierno venezolano como una «organización terrorista extranjera». En mi carrera periodística esta debe ser la primera vez que el Gobierno de un país es etiquetado como «organización terrorista». Las consecuencias que este acto tendrá para Venezuela y para la vida de la gente común aún son impredecibles. Como periodista, he escrito decenas de notas sobre este tema. A veces, mientras leo los comunicados del Pentágono se me asemejan a una novela absurda: enemigos imaginarios creados por un imperialismo decadente y retrógrado, enfrentados por una fuerza foránea «heroica». He releído estos días los titulares utilizados por los medios hegemónicos en sus reportajes: «barcos interceptados», «narcotraficantes abatidos», «acciones preventivas», etc. Pero ninguno de ellos menciona que las vidas perdidas que deberían haber estado protegidas por el derecho internacional en aguas internacionales fueron ejecutadas extrajudicialmente. Ante estas acciones de Estados Unidos, que presiona militarmente, saquea económicamente y difama en el plano mediático, algunos conocidos míos cercanos, aunque siguen viviendo con tranquilidad y rutina, han optado por ratificar su voluntad de empuñar las armas para la defensa nacional, en caso de que fuera necesario. Por ejemplo, mi tía, que sirvió como miliciana hace años, ha preparado su uniforme y está lista para reinscribirse en su comuna. Le pregunté por qué, y me respondió con firmeza cinco palabras: «Hay que cuidar la patria». Tres siglos de historia colonial enseñaron a este país el valor de la soberanía y la independencia. Por eso, las mentiras fabricadas bajo el disfraz de la «seguridad hemisférica» suenan especialmente estridentes. A veces miro hacia el cielo de mi país al final de la tarde. Tiene colores que no se parecen a otros. En esos momentos pienso que la soberanía también es eso: poder contemplar el cielo propio sin temor a ser vigilado por drones extranjeros, y permitir que nuestras aves, de una amplísima biodiversidad, sean las auténticas dueñas de este cielo. He conversado con muchos amigos extranjeros. Todos coinciden en que Venezuela es un país hermoso, de clima noble y gente cálida. Me lo dicen con sinceridad, como si no entendieran por qué alguien querría atacarlo. Y es cierto, aquí el clima es riquísimo: el aire de la montaña, el brillo del Caribe, los aguaceros repentinos durante los meses de lluvia, en los que a veces hace el mismo sol radiante que en los meses de sequía. Lamentablemente, nada de estas bellezas cabe en las estrategias del Comando Sur. Lo que ignoran no son solamente las bellezas naturales de mi patria, sino también la dignidad y la necesidad de que la región siga siendo una zona de paz, como lo firmaron los pueblos latinoamericanos en el marco de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC). Hace poco, un colega me preguntó si tenía miedo de que Venezuela se convierta en un objetivo de ataque de Estados Unidos. Tal vez lo que siento no es miedo, sino la certeza de que los venezolanos vamos a defender la soberanía. No quiero ver a mi patria reducida a un mapa de objetivos militares ni que el mar se convierta en frontera de guerra. Quiero seguir respirando este aire dulce, quiero que los jóvenes que vienen puedan estudiar, amar y reír bajo la actual bandera, sin oír el ruido de explosiones extranjeras. Son muy pocos los sectores que alientan a Washington a tomar acciones contra nuestro país. Ellos no saben que, una vez iniciado un conflicto armado, nunca se sabe cuándo termina ni de qué manera. Trump habla de libertad mientras apunta sus cañones hacia quienes decidimos pensar distinto, habla de democracia mientras multiplica sanciones y amenazas. Ahora, aunque solo alzo mi voz modestamente con la pluma desde un rincón del Caribe, la palabra también puede ser una forma de defensa. A pesar de que las noticias sean frías y los informes repitan cifras, detrás de cada nota y de cada número hay un país que resiste un sostenido ataque de Estados Unidos, que inició con mucha fuerza en 2014 con medidas económicas y que hoy parece estar en su más alto punto de tensión y amenaza, y ese país es Venezuela. Pero en medio de la diatriba política y mediática, algo está muy claro: Venezuela no busca conflicto, solamente exige respeto a su vida interna. Casi 200 años atrás, el 5 de agosto de 1829, el prócer fundamental de los procesos de independencia de América Latina, Simón Bolívar, plasmó la siguiente frase en una carta dirigida al coronel Patricio Campbell: «Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias, en nombre de la libertad». En pleno siglo XXI, salta a la vista cuánta razón tenía Bolívar y cuán anacrónicos son los sectores del poder estadounidense, especialmente los que operan en la órbita de la Administración Trump. Creo que esta violencia que se siembra en nuestros mares no se queda allí. Se extiende como un eco sobre todo el continente, despertando la conciencia de soberanía e independencia de todos los países del hemisferio, y la conciencia de oponerse a la hegemonía y resistir las intervenciones. Y yo, que he visto pasar tormentas, sigo creyendo firmemente que este cielo seguirá siendo nuestro. Fin

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